El Pacificador que Oró por Todos Nosotros (Vanessa Sosa)
El Pacificador que Oró por Todos Nosotros
Autora: Vanessa Sosa
Sagrada música del antumbra, improperio decoroso; rompe el hielo del esbozo de esta cruda inocencia. Música que en tus baños gime con un llanto de estrellas siempre vivo, la superficie hace el amor con el firmamento y entrelazan sus rasgos desolados entre denuncias de violencia; de espumas, de nubes, de azúcar, de silicios. Oscura tina luz de mis deliciosas sombras. Parque de piedra en el que tus hijos, se tragan el reverso de jazmines y jardines de otras maniobras, son como el reverso en el derecho de las cosas que sobresalen al nacer con extrema locura.
Doy por sentado al lirio de amatistas dormido. Brindo con una copa de cardamomo y con otras gardenias decorosas; sesgo en el crujiente terreno del ardiente sueño que tejo como ideas al amparo de la tarde. Retardo el tiempo entre mis congéneres y enarbolo la concordancia de una anomalía del presente. Retenido en la memoria de la avaricia; sin las tonadas, y, el son de las rencillas de un pasado primoroso.
Anunciado con el tiempo que acaba, destaca entre el clamor de los que bailan con rencoroso oleaje, esos de recargados santos y estremecidos relicarios.
Él ora, y las estrellas arropan su existencia con pacíficas prudencias; recorre el mentolado de la regencia abrumadora, con la que se le endilga a la inocencia de tu salvador, sin remordimiento que yace entre sus marañas y mañanas de penurias. Agita a la crisálida de las renuncias, como quien no quiere la cosa, y es una locura como los regueros de la alarma que se despierta con esas reverentes y desalmadas palabras, que ahora en él, ahora en el ahora, se escriben en el diario de su carne.
Escribe una carta sobre su propia corporeidad. De insegura tersura que emocionan las letras, de la semblanza decorosa con la que atrae a los más vivos y los más vividos, de la anunciación de la quebrada de ese río que recorre su ombligo, y cabalga hasta el centro de su pecho. Respeta las alabanzas ingobernables; esgrime una ondulación como una liana. Separa su inocencia de la negrura de una luz de amarillenta puesta de selenios y cuarzos rectos. Confusas realidades se agolpan en su memoria y se entrometen con la redención, que convoca de vez en cuando, de vez en vez, ante lo justo que ese noble vestido de harapos con el que reza, en el nombre de todos nosotros.
¿Quién es la eternidad, sino él que es la aurora en vilezas rasgaduras?
Es el malestar de las palabras; una tempestuosa nevada en lo bruno de la noche que retrae el calvario del amanecer. Ay, del atardecer que riega su sangre en el cielo edificado, con coriolis de oro y fuego, y el amanecer arriba y reverdece el día sobre el tiempo; que no es más que un tiempo en el que el pacificador anuncia, a todos nosotros, el repaso de las horas.
Cables le encierran el paso del aire. Está atado al suelo. Está endosado entre tres dimensiones que lo veneran como santo; bautizado con el aguardiente de las lágrimas de una virgen.
Sin cuna de oro. Una ciudad de asfalto y praderas de piedras preciosas es su herencia; y hay quienes dicen, que en desierto de cenizas, selva de arenas movedizas y acuáticas montañas de imperios olvidados, recae su verso inefable. Como la secuencia que son sus úlmicos cimientos; cuál torrente de vigilantes, se anuncian ante su poderío y decoro, con apetencia de poder celestino, sus venalidades.
Vanessa Sosa. Mérida, Venezuela (1986). Historiadora del Arte (2018) egresada de la Universidad de Los Andes. Es una escritora que se considera aprendiz y también autodidacta. Inició en el mundo de la escritura en el año de 2018 con pocos microcuentos y microrrelatos, que transformó, después, en relatos más extensos. Se especializa en el género fantástico porque es el que más escribe, sin embargo, considera que hay mucho por mejorar.
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